domingo, 12 de octubre de 2008

Relato corto Nº 2

Germán estaba sentado en la cocina, preparaba el mate para la merienda. Había comprado media docena de medialunas (tres de grasa y tres de manteca), una con pastelera, dos de membrillo, una tortita negra (que tenía el nombre de Tere escrito) y dos de dulce de leche. Andrés y Patricia llegarían en más o menos veintiséis minutos, según marcaba el microondas. Despertaría a su novia en cuatro, con veinte ella le serían suficientes para enarbolar su blanca sonrisa y estar lista para las visitas.

Teresa se había acostado después de almorzar. Usualmente, no dormía siestas, pero la noche anterior habían asistido al casamiento de Pedro, la fiesta duró hasta el amanecer y ella gastó la suela de sus sandalias verdes simulando bienestar en la pista de baile. En la última tanda de danza, sentía calambres en las pantorrillas y la columna rechinaba con cada movimiento, sin embargo, no iba a permitir que esos achaques hicieran que la vieran sentada en la mesa, como si no tuviera motivos para divertirse.

Andrés era el hermano mayor de Teresa, Patricia su mujer. En realidad, no estaban ligados por la sangre, sino por la crianza; ya que la mamá de Tere hizo las veces de la suya luego de que sus padres se separaran. A falta de un hijo varón, Andrés ocupó el espacio vacío y protegió a la vulnerable Teresita, siempre tan dulce y sensible, siempre tan proclive a ser lastimada en su inocente mundo de fantasía.

Habían arreglado la visita con premeditación. Si bien Pedro y Teresa habían terminado su relación hacía tiempo y en buenos términos, ella siempre mantuvo un pequeñísimo fuego interno que se oxigenaba con su ilusión. Ambos habían arrancado proyectos nuevos junto a otras personas, pero Andrés la conocía muy bien y sabía que el casamiento iba a afectarla. Quería verla y consolarla en silencio, con la complicidad que los caracterizaba, porque su hermanita no daría el brazo a torcer ni reconocería que por dentro algo se desgarraba.

16:10. Germán vio justo el momento en que el cero y el nueve se transformaban en un uno y en un cero y se apresuró hacia el dormitorio para despertar a Teresa. Antes de llegar a la puerta, lo interceptó el sonido del timbre. Habían llegado antes de la hora acordada, Tere no estaba levantada y no había preparado el mate. Odiaba que interrumpieran sus preparativos, pero con un leve resoplido corrió hasta la puerta y les abrió. “Tu hermana está durmiendo la siesta, justo la iba a despertar”, soltó antes de decir siquiera hola. Andrés, con su naturalidad de siempre, respondió: “Dejá, la despierto yo, le traje tortitas negras, vas a ver que la levanto con una sonrisa”, terminó la frase con un guiño simpático y entró a la casa esquivando a Germán que todavía estaba molesto por no tener todo listo como él quería.

Entró a la habitación con la energía que lo caracterizaba, dulcificó su voz y como si fuera un cántico quiso robarla del sueño en el que se encontraba sumergida. “Princesita…. ¡Te traje cositas ricas! ¡Arriba que hay que llenar esa pancita!”. Teresa estaba acostada sobre su lateral derecho, tiesa, inmóvil. Como no respondió a su llamado, Andrés se acercó y tocó su hombro izquierdo para moverla. Horrorizado, sintió su cuerpo tenso y frío. Dejó caer el paquete que sostenía con la otra mano para sacudirla. El estupor se apoderó de él cuando vio los labios apretados y grises, el ceño fruncido y lágrimas todavía húmedas en sus mejillas.

Gritó de estupor. Germán y Patricia entraron corriendo. El gesto desmesurado de Andrés les advirtió de la tragedia. Giraron a Teresa boca arriba y entre sus dedos agarrotados encontraron los pétalos destrozados de unas flores viejas y un papel arrugado con un poema que le había escrito Pedro.

Se sumió en el sueño eterno, Andrés no podía despertarla ya. La besó cual príncipe azul en la boca, pero no hubo magia que rompiera el hechizo. Ya no había realidad que abonara la tierra de fantasías de Teresa que pudiera atarla a la existencia terrenal, sólo ensueños que la horrorizan y dolor la aguardaban. Patricia, apoyada en el quicio de la puerta de la habitación, miró a Germán, quien la observaba con ojos desolados, y le dijo: “Sí, eso es la muerte…. Teresa duerme, tiene pesadillas, pero él ya no puede despertarla”*.

*El relato es producto de un ejercicio de escribir inspirado por una frase de otro autor, no es un burdo plagio, sino un sentido "homenaje".

martes, 16 de septiembre de 2008

Relato breve Nº 1

Buenos Aires se despertaba por tercer día consecutivo cubierta de neblina y pesada de humedad. La temperatura era algo agradable para tratarse de los últimos días del invierno, unos catorce o quince grados centígrados, y se esperaba que por la tarde trepara hasta los diecinueve.

Sacó primero un pie y luego otro de la cama, sin pensar en si sería el izquierdo o el derecho. Miró sus diez dedos bien plantados sobre el piso y se preguntó qué clase de día tendría hoy. ¿La suerte la acompañaría? Giró lentamente el cuello con las manos clavadas en el borde de la cama y oteó por la ventana las partículas de agua suspendidas que hacían que todo se viera más triste. Pie izquierdo, masculló, y con paso cansino fue hasta el baño.

El agua fría con la que se lavó la cara no la despertó ni la llenó de energías. Entró en su habitación todavía semi-dormida y fue a buscar algo que ponerse en el placard. Una mañana más encerrada en la oficina, sin que nadie la viera ni le importara su vestuario, sólo a ella.

Empezó por elegir un pantalón. No sería difícil, ya que todos le quedaban igual de mal, según su parecer. Encontró uno negro de gabardina bastante anodino y lo descartó porque le recordaba aquella noche lluviosa de su último cumpleaños y él sacándoselo con premura y pasión, mientras afuera parecía que se acababa el mundo a fuerza de rayos y centellas.

Ese jean azul tan ajustado, tampoco, pensó en el día que se conocieron, los nervios y la vulnerabilidad, y prefería borrar ese recuerdo en el presente. Pasó a las remeras y la secuencia se repetía invariable: esa azul la tenía cuando conoció a sus amigos, la beige fue la de la despedida, la roja de aquella vez que fueron al cine….

El armario entero dibujaba la cara y el cuerpo de su anterior amante. Memoria hostil de un tiempo de paz, sin paz. El sosiego de aquellos tiempos que miraba con ojos de hoy era la inquietud del mar en la tempestad, cuando ocurrió. Un psicólogo le había dicho que reescribimos los recuerdos cada vez que los traemos a la mente e, inquieta, se sonrió, entecerró los ojos y dibujó un arcoiris en la mañana gris. Ella ya no recuerda lo que vestía ese día.

sábado, 16 de agosto de 2008

Sí, quiero

Te enorgullecería saber que disminuí mi obsesión con el trabajo en una medida importantísima. Me tomo mi hora de almuerzo, casi no me quedo después de hora y, en cuanto pongo un pie afuera de la oficina, me olvido de todo lo relativo a ella. Si estuviéramos juntos, podríamos ir a comer algunos mediodías o podrías esperarme a la salida e iríamos a caminar por Florida o a merendar unas medialunas en ese café de Perú e Yrigoyen que te gusta tanto. Pensé que estaría bueno ir juntos al Parque de la Costa un domingo, ¿te gustan los parques de diversiones? O directamente ir a pasear por el Tigre, dar una vuelta por el Puerto de Frutos, hacer un picnic.Yo no lo conozco, estaría bueno hacerlo con vos para que se convierta en un bello recuerdo compartido que sumar. Quiero que vayamos al Paseo La Plaza y ver a esos cómicos stand up. ¿Te prendés? También me gustaría que vayamos a Caminito un sábado a la tarde y comer una picada en un barcito típico de por ahí.

Me gustaría sentarme a estudiar para la facu en tu sillón, en patas y en medias, y tomar mate mientras vos estás en la compu o mirando un partido de Boca por la tele. También cocinarte algo rico. ¿Pastas? ¿Empanadas? ¿Una deliciosa carne al horno con papas? Todo casero, por supuesto. ¡Ojo! ¡Vas a tener que lavar los platos! Puedo hacerlo yo, pero no los seco. Eso no me gusta. Podría quedarme a dormir durante la semana, aunque me cueste, me animo y vemos. Quizás estaría bueno desayunar juntos alguna vez por el Centro, antes de entrar a laburar. Lo difícil es que yo me levante temprano. Por vos, hago el esfuerzo. Bueno, no es para tanto porque por estar y compartir con vos me pongo las pilas.

Me encantaría incluirte en todas esas cosas que hago sola por costumbre para crear una nueva tradición. Ir de shopping juntos, ir a comprar regalos, visitar al dentista, comprar Pantene en Farmacity, ¡qué sé yo! Mi mayor gloria sería dejar en tu casa mi cepillo de dientes (y uno para el pelo también, ese peine pierde la batalla contra mi cabello enredado). ¿Te cuento un secreto? Prometeme que no vas a pensar que soy una tonta. ¿Prometido? Bueno, casi siempre llevaba uno en la cartera, para dejarlo ahí, pero no me animaba por vergüenza. Sí, una bobada. En fin, una más de tantas. Como todas las veces que quería llamarte, pedirte algo y me quedaba en la intención. No sea cosa que creas que soy una molesta o que te necesito o que me gusta compartir cosas con vos. ¡Por favor!

En síntesis, te necesito, quiero que lo sepas. Así como quisiera saber que vos me necesitás todavía. Que me buscás en la imaginación durante una reunión familiar o una salida con amigos. Que te sonreís con los ojos entrecerrados pensando en mí mientras trabajás. Que tu mano y mi mano se sienten incompletas si no se entrelazan. Abrazarte fuerte, besarte con ganas. Volver a decir que te amo. Mirarte a los ojos y enamorarme un poco más. Agarrarte por sorpresa y darte besitos en la nuca. Estar. Sentir que estás conmigo todo el tiempo. Ser tuya.

Incluso ahora te siento conmigo. Así, separados, percibo tu aura. Tu ausencia está presente como una roca que me oprime el pecho. Estás acá y no te puedo sacar. En parte, se corresponde con la absurda certeza de que volveremos a unirnos. Decime que no es absurda. Asegurame que vos también lo sentís. Que lo sabés como si fuera parte de tu naturaleza. Como si todo el cosmos te susurrara al pasar que cada uno es el lugar al que el otro pertenece. Una sabiduría primigenia me afirma que esta inabarcable angustia no es en vano.

Un poco más allá y somos una familia. Nosotros, tres o cuatro hijos en un simpático hogar de Caballito. Hay un jardín con azaleas, begonias, malvones y un jazmín que perfuma la casa. Un comedor grande para recibir a la familia y a los amigos, juguetes en lugares inadecuados y cada vez que regresás del trabajo te esperamos para darte la bienvenida con un gran abrazo. Y por las noches, leemos cuentos a los niños, contamos anécdotas, los metemos en la cama y nos decimos hasta mañana con un te amo imperecedero, mientras me acomodo en mi huequito de tu hombro derecho. No hay secretos, no hay miedos no revelados. Confiamos el uno en el otro porque el destino al que esperábamos arribar ya está ahí. Sólo nos queda darle vida.