martes, 16 de septiembre de 2008

Relato breve Nº 1

Buenos Aires se despertaba por tercer día consecutivo cubierta de neblina y pesada de humedad. La temperatura era algo agradable para tratarse de los últimos días del invierno, unos catorce o quince grados centígrados, y se esperaba que por la tarde trepara hasta los diecinueve.

Sacó primero un pie y luego otro de la cama, sin pensar en si sería el izquierdo o el derecho. Miró sus diez dedos bien plantados sobre el piso y se preguntó qué clase de día tendría hoy. ¿La suerte la acompañaría? Giró lentamente el cuello con las manos clavadas en el borde de la cama y oteó por la ventana las partículas de agua suspendidas que hacían que todo se viera más triste. Pie izquierdo, masculló, y con paso cansino fue hasta el baño.

El agua fría con la que se lavó la cara no la despertó ni la llenó de energías. Entró en su habitación todavía semi-dormida y fue a buscar algo que ponerse en el placard. Una mañana más encerrada en la oficina, sin que nadie la viera ni le importara su vestuario, sólo a ella.

Empezó por elegir un pantalón. No sería difícil, ya que todos le quedaban igual de mal, según su parecer. Encontró uno negro de gabardina bastante anodino y lo descartó porque le recordaba aquella noche lluviosa de su último cumpleaños y él sacándoselo con premura y pasión, mientras afuera parecía que se acababa el mundo a fuerza de rayos y centellas.

Ese jean azul tan ajustado, tampoco, pensó en el día que se conocieron, los nervios y la vulnerabilidad, y prefería borrar ese recuerdo en el presente. Pasó a las remeras y la secuencia se repetía invariable: esa azul la tenía cuando conoció a sus amigos, la beige fue la de la despedida, la roja de aquella vez que fueron al cine….

El armario entero dibujaba la cara y el cuerpo de su anterior amante. Memoria hostil de un tiempo de paz, sin paz. El sosiego de aquellos tiempos que miraba con ojos de hoy era la inquietud del mar en la tempestad, cuando ocurrió. Un psicólogo le había dicho que reescribimos los recuerdos cada vez que los traemos a la mente e, inquieta, se sonrió, entecerró los ojos y dibujó un arcoiris en la mañana gris. Ella ya no recuerda lo que vestía ese día.

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